Celebramos la beatificación de Aguchita, asesinada por Sendero Luminoso en 1990. Compartimos la intervención del P. Raúl Pariamachi en la presentación del libro “Aguchita. Una vida entregada a Dios y al prójimo” (2019). Su testimonio es para nosotros un camino de acompañamiento sinodal al pueblo de Dios en nuestra patria.
“Quiero ese desgaste del cirio que ilumina y disminuye” Agustina Rivas r.b.p.
“La muerte no se improvisa…”, escribía Aguchita en su cuaderno de meditaciones. En efecto, su martirio a manos de los terroristas no fue un hecho improvisado, casual o aislado, sino que se inscribió en la decisión firme de una vida gastada día a día.
Leer la biografía religiosa de Aguchita es entrar en un camino de santidad y profecía, de una mujer sencilla, alegre y audaz. Que caminó con su pueblo, como una de aquellos que el papa Francisco llama “los santos de la puerta de al lado”, con sus hermanas religiosas del Buen Pastor, con las mujeres y los hombres de los barrios de Lima y del poblado de La Florida, a quienes sirvió, curó y cuidó como una pastora a sus ovejas. En su cuaderno también anotó: “Señor, que me están esperando y ya no quiero esperar… que ha llegado hasta mí el clamor de las gentes. Quiero gastarme por ti sin ahorrar nada para mí” (88s).
En la historia de Aguchita se manifiestan al menos cinco rasgos de la santidad, siguiendo la exhortación “Gaudete et exsultate” del papa Francisco (GE 110-157). La santidad de Aguchita se arraiga en Dios que ama y sostiene (GE 112), que otorga firmeza en medio de los vaivenes de la vida, que hizo posible su martirio: “¡Señor! Haz de mí lo que quieras” (59), escribió. Esta actitud es relevante en estos tiempos en los que extrañamos la firmeza interior para perseverar en el bien.
Los testimonios sobre Aguchita reiteran la alegría que caracterizaba su vida humilde; una religiosa señala: “Estaba siempre con la sonrisa en los labios, dispuesta a ayudar” (42). El papa Francisco dice que “el santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor” (GE 122). Por supuesto, se trata de la auténtica alegría que viene de la satisfacción de amar sin medida, alegría que no se compra en el mercado que empacha el corazón.
“La santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo” (GE 129). La última vez que salió de viaje -desde Lima hacia La Florida- dijo a sus hermanas: “Soy religiosa del Buen Pastor y estaré en el lugar de mi trabajo hasta dar la vida, si Dios lo quiere” (78). Sin duda, en esta época la Iglesia no necesita burócratas eclesiásticos sino misioneras apasionadas, que nos interpelen y nos desinstalen.
Aguchita anotaba en su cuaderno: “El sentido de la vida común es saber apreciar la unión de unas con otras” (57); una convicción que la guió dentro y fuera de su congregación. Al respecto, dice el papa Francisco que “la santificación es un camino comunitario, de dos en dos” (GE 141). Esta santidad se presenta entonces como un antídoto contra el individualismo, que pretende alcanzar el bienestar al margen de los demás.
Finalmente, la vida y la muerte de Aguchita no se entienden bien sin su apertura a la trascendencia, sin espíritu orante (GE 147). En su última carta -que escribió a la provincial- se lee: “En cuanto a lo espiritual, voy a pasos agigantados, parece que fueran los últimos días de mi vida” (128). Aguchita fue una mística de ojos abiertos, para quien el silencio orante no era evasión, sino oportunidad para unificar el amor a Dios y al prójimo.
La tarde en que Aguchita cayó abatida por una ráfaga de cinco disparos, “como una paloma” (148), los pobladores de La Florida atisbaron el misterio de la santidad de una mujer que decidió seguir a Jesús, “que dio su vida hasta morir en la cruz” (89).
Un nuevo Video que se produjo recientemente en la Provincia del Perú: